Arde

Arde

Se lo imaginaba en agonía, exhalando su último aliento y maldiciendo su nombre. Oía sus gritos en su cabeza, sus súplicas, vio sus ojos inyectados en sangre, terror e ira.

Solo era un pensamiento, una simple idea…¡pero cuánto placer le daba esa idea!¡Cuánto poder! Imaginárselo agonizando entre llamas, o ahogándose con una soga al cuello, luchando por respirar porque el destino no había sido lo suficientemente clemente con él como para que se le partiese el cuello al caer…un escalofrío placentero le recorrió la espalda. Ese sería un justo castigo para él, después de todo, ¿no?

-¿Tus últimas palabras bruja?

Permaneció en silencio. Miró a su alrededor y ahí le vio. Sonreía como el sádico que era.

El verdugo lanzó la antorcha al haz de leña. Las llamas comenzaron a crepitar y la alcanzaron. Un grito agónico rompió la quietud de la plaza, pero no era la bruja la que gritaba. El hombre se retorcía de dolor, gritaba y aullaba. La muchedumbre asustada se apartó de él. Y ella, envuelta en llamas, pudo oír sus últimos gritos de súplica.

No había denuncias previas

No había denuncias previas

Odiaba esa parte de su trabajo y lo peor de todo es que, algo que en un principio era anecdótico, trágico, pero al fin y al cabo, algo que no ocurría muy a menudo, se estaba convirtiendo en rutinario.

Lo odiaba.

La mujer esperaba en la sala, sentada en una silla de plástico. Parecía entera pero sabía que por dentro estaba rota, ¿cómo no iba a estarlo? Como si hubiese leído su pensamiento, la señora abrió su bolso y extrajo un pañuelo con el que se enjugó una lágrima. Quiso volver a guardar su pañuelo pero los sollozos brotaron como en un manantial. Una agente uniformada se acercó a la señora y susurró algo. La señora negó con la cabeza sin dejar de llorar y la agente se alejó, pero volvió con un vaso de agua. La mujer lo tomó entre sus manos pero no bebió. Solo siguió sollozando en silencio.

Apartó la vista y se centró en el informe de la autopsia que tenía delante. Era horrible. Intentó distanciarse mientras se informaba, leerlo como si de la lista de la compra se tratase. Pero no podía, otra vez no, ¿cuántas iban ya?

Una mano se posó sobre su hombro y aunque no fue un movimiento brusco, igualmente se sobresaltó. Levantó al vista del horror que estaba leyendo, y se encontró con la mirada fría del comisario.

– ¿Has hablado con ella ya?- el comisario se había acercado a su mesa sigilosamente, señaló con la cabeza a la mujer que lloraba en la sala de espera, ya no eran sollozos silenciosos, el llanto de la mujer quebraba la quietud de la pequeña comisaría. No sonaba el teléfono, nadie tecleaba en los ordenadores, hasta los pasos parecían haber perdido su sonido.

-Aun no- la voz de la inspectora no fue más que un susurro, no sabía por qué, pero no quería hablar con esa señora, no podía de nuevo tratar con una madre con el corazón roto- Estaba…- carraspeó para que su voz sonase más firme- Estaba leyendo el informe preliminar.

-Eso puede esperar- el comisario parecía cansado, miró a la mujer brevemente, era como si no pudiese soportar ver la nube de angustia y tristeza que se iba formando sobre la señora sollozante-¡Habla con ella!- dijo con firmeza-Para que se pueda ir a casa y…-no sabía como terminar la frase-Habla con ella.

Había un deje de súplica en la voz del comisario. Arrastró los pies hacia su despacho y cerró la puerta. La inspectora suspiró y decidió que era el momento. Apartó la vista del horrible informe y lentamente se acercó a la señora.

Apenas eran unos metros, pero se le hicieron eternos. A medida que se aproximaba, el volumen del llanto aumentaba, y lo peor de todo es que la señora ni siquiera estaba gritando, pero sus sollozos lo inundaban todo. Era como una tormenta sin truenos, con miles de gotas de lluvia precipitándose al vacío pero sin estruento, solo el sonido de la lluvia contra el asfalto.

-¡Buenas tardes!- saludó. La señora la observó con los ojos muy abiertos pero no devolvió el saludo, no le importó. La tormenta se había detenido abruptamente, sin embargo la inspectora aun podía oir como corría el agua de la lluvia. A veces simplemente, odiaba su trabajo.-Lamento mucho su pérdida y le prometo que no le robaremos mucho más tiempo- La señora la observaba como si no entendiese ni una palabra de lo que estaba diciendo-¿podría contestarme a algunas preguntas?

Silencio. La señora le contestó con silencio. Se sintió incómoda.

En ese momento, odió aun más su trabajo. Despacio se acercó a la señora y se sentó en otra de las sillas. Quería cogerle de la mano y consolarla, quería decirle que todo era una pesadilla, que era un error, una mentira. Quería decirle que no era otro número en la estadística…pero no podía. Tenía que hacer su trabajo.

-Lamento mucho su pérdida- lo dijo tan bajito que pensó que la señora no la había oído- Sé por lo que está pasando, pero le prometo que serán unos minutos. no le robaremos más tiempo y…

-¡Deje de decir eso!

La voz de la señora era fria y dura, restalló como un látigo en la cabeza de la inspectora.

-Yo…-titubeó, tragó saliva incómoda, «odio esto», pensó de nuevo-¿Decir el qué?- se atrevió a preguntar.

La señora la observó de nuevo como si viera a través de ella. La incomodidad de la inspectora se hacía cada vez más patente, ¿qué tenía esa mujer qué le hacía sentir de esa manera?

– ¡Deje de decir que no me van a «robar más tiempo»!- contestó al fin, las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos de nuevo pero rápidamente las enjugó con su pañuelo.- Mi tiempo ya no vale nada. ¿no lo entiende? Róbeme el que quiera porque ya no lo necesito para nada- clavó los ojos en la inspectora con tanta intensidad que ésta sintió como si le estuvieran haciendo una radiografía- El tiempo se lo han robado a ella, ¿no lo entiende?¡A mi hija! Ese malnacido que…-rompió a llorar de nuevo.

La inspectora reprimió el impulso de abrazar a la señora y consolarla, de todas maneras…¿Qué consuelo podría darle? ¿Acaso podía entender ella el dolor de esa mujer? No, porque para lo que ella era una pérdida irreparable, un vacío, un agujero lleno de dolor y rabia, para ella solo era un trabajo.

Lo odiaba.

Levantó la vista y observó a sus compañeros. Todos absortos en sus quehaceres, pero ninguno podía disimular que el dolor de la señora lo impregnaba todo. El comisario la observaba con conmiseración desde la puerta de su despacho. Nadie quería hacer ese trabajo, pero había que hacerlo y le había tocado a ella.

-Disculpe señora-se atrevió a interrumpir de nuevo el llanto de la mujer que de nuevo clavó la mirada en ella, las lágrimas aun inundaban sus ojos- Solo quería…yo solo…-no conseguía hilar más de una frase, carraspeó-¿sabe qué? No se preocupe, vaya a casa y descanse…hablaremos en otro momento.

-¡No, no!- respondió-¡Hablaremos ahora!-dijo entre hipidos.

La inspectora se removió incómoda en su silla. Respiró hondo, estaba siendo más duro de lo que esperaba.

-Hemos revisado el expediente de su hija y…bueno, aun es todo preliminar…pero yo…nos gustaría…-titubeaba, tragó saliva- Hemos comprobado que no había denuncias previas y queríamos…

-Denuncias previas…-el llanto de la mujer cesó de golpe y una sonrisa macabra se dibujó en su rostro-¡DENUNCIAS PREVIAS!-bramó.-¡Claro que no las había!

La mujer rio histérica, la inspectora se asustó. No era la primera vez que veía estos cambios de humor. El dolor nos lleva por caminos inexplorados y no podía culpar a una mujer que había perdido a su hija en manos de un malnacido como bien había dicho, por reaccionar así. Pero esta mujer había pasado del hielo al fuego en apenas una milésima de segundo y le preocupaba que hiciese una locura.

– ¡Le diré por qué no ha encontrado esas denuncias!- respiraba entrecortadamente, aun se distinguían los surcos de las lágrimas en su rostro, le daban un aspecto casi fantasmagórico, pero ya no había rastro del llanto desconsolado, la rabia la inundaba, respiró hondo y hablo pausadamente.-¡Dos veces se presentó aquí mi hija!¡DOS! Vino con intención de denunciar porque estaba harta. Harta de amenazas, harta de vivir con miedo y angustiada y, ¿sabe usted qué le respondieron?-la inspectora agachó la cabeza avergonzada-Le dijeron que unos mensajes enfadados no son motivo de denuncia, le dijeron que no era suficiente el dolor que ella sentía como para que se pudiera hacer algo…-rompió a llorar de nuevo. Rápidamente se enjugó las lágrima y volvió a hablar.-Así que no venga usted a decirme que no me robaran más tiempo o a preguntar porque mi hija no tuvo una ayuda que ustedes se negaron a darle, ¿no ve que eso ya no importa?- La inspectora permaneció en silencio, incapaz de responder nada ante el discurso que esa mujer había soltado, se sintió avergonzada e inútil- Así que si, no había denuncias previas y yo me pasaba los días rezando para que esto no ocurriera y ya ve usted,-sonrió irónicamente- perdí mi tiempo…y ahora mi pequeña ya no tiene más.

La mujer se levantó bruscamente y se fue, la inspectora apenas tuvo tiempo de detenerla. Solo permaneció en la estancia el eco de sus pasos y la estela de su dolor, fue como si un cometa hubiese atravesado la comisaría para estallar finalmente en lágrimas, angustia, dolor y miseria.

En días como este, odiaba su trabajo.

Permaneció en la sala de espera unos minutos más, pero el silencio pesaba demasiado. Lentamente se dirigió de nuevo a su mesa con intención de sumergirse en sus papeles. El comisario la estaba esperando junto a su silla.

-¿Qué tal con la madre?- el deje de su voz dejaba entrever que no preguntaba por la entrevista solamente, la inspectora le miró a los ojos y pudo ver que la tristeza de la mujer que había abandonado la comisaría como un vendaval se había incrustado en el comisario, igual que en ella-¿Qué te ha dicho?

-Que no había denuncias previas.

Cada vez que te veo

Cada vez que te veo

– ¿Alguna vez has sentido que el corazón se te paraba?

– ¿Preguntas si alguna vez me he muerto?

– ¡No! Me refiero a ese instante que transcurre entre latidos. Ese pequeño momento, que se hace eterno, cuando ves algo que te llega dentro, muy hondo y parece que tu corazón no sabe cómo seguir funcionando. Ese segundo en que todo tu mundo se tambalea y el tiempo discurre lento y rápido al mismo tiempo.- suspiré- Dicen que cuando ves a esa persona el corazón se acelera, late con fuerza, intensa y dolorosamente pero yo creo que cuando es auténtico y sin lugar a dudas, cuando llega de verdad, el corazón se detiene. Apenas un segundo o tal vez menos. Y ese momento entre latidos, esa milésima de segundo, ese instante en que tu corazón no sabe si latir de nuevo o detenerse para siempre, lo cambia todo.

– ¿Todo?

– ¡Absolutamente todo! Tu vida no vuelve a ser la misma después del instante. Tras él tu corazón ya no late solo por ti, ya no bombea solo porque tiene que hacerlo, ya no es solo un músculo que forma parte de tu ser, ahora es algo más grande.  Y es que es entre un latido y el siguiente cuando tu corazón decide si quiere amar de verdad.

– ¿Tu has sentido todo eso?

– ¡Claro!- sonreí- Cada vez que te veo.

Te echaré de menos

Te echaré de menos

-Te echo de menos. -susurró.

Quise moverme al oírlo, pero no pude.

Fueron esas las cinco palabras las que se nunca llegaron a escapar de mis labios y ahora se caían de los tuyos. Una frase, una sentencia, un hecho. ¿Habría sido diferente de haberme pronunciado? ¿Habrías tomado mi mano? No, porque jamás habría admitido la verdad. Nunca te habría tenido el valor de decirlo y ahora que tú hablas, no puedo moverme.

– Te echo de menos. – repites, suplicas, ¿lloras? ¿estás llorando? Tomas mi mano que cede sin voluntad, sigo sin moverme, sin decir palabra- ¿Me oyes? – preguntas- ¡Vuelve, por favor!

– No sé si sirve de algo,- una voz interrumpe tus suplicas, es pausada y grave, pero no sé de dónde viene, es más no sé dónde estás tú, de nuevo intento moverme pero nada sucede- hace ya mucho tiempo que esperamos pero cada vez es más difícil que se despierte.

– Lo sé- despacio sueltas mi mano y yo noto como la calidez me abandona, – sé que ya es hora doctor. Te echaré de menos- susurras nuevamente.

 Y yo a ti, pequeña, aunque es algo que nunca podré pronunciar.

El manto de la vieja Aurora

El manto de la vieja Aurora

Todas las mañanas la vieja Aurora se sentaba a tejer en la puerta de su casa. Nadie sabía cuándo había empezado a tejer, nadie sospechaba cuando iba a terminar, la verdad es que nadie sabía nada sobre la vieja Aurora, salvo que tejía y tejía un manto oscuro con pequeños lunares dorados y plateados.

Los niños correteaban a su alrededor intentando distraerla, incluso se habían inventado un juego que consistía en tirar de algún hilo de gran manto de Aurora sin que la anciana se percatase. La pequeña Alba lo consiguió en una larga tarde de junio en la que logró llevarse nada más y nada menos, que un hilo de casi medio metro mientras los otros niños la observan asustados. La vieja Aurora se dio cuenta, pero siguió tejiendo como si nada.

Alba se llevó su trofeo a casa, como si de una medalla se tratase. Lo colocó en su mesita junto a su muñeca y su reloj y se dedicó a contemplarlo durante horas. Parecía un hilo normal y corriente pero cuando lo tocaba se escurría entre sus dedos como si fuese líquido y a la vez viscoso y, a pesar de ser negro como la noche, la pequeña juraría que lo había visto emitir alguna chispa brillante, pero era tan fugaz, tan efímero, que pensaba que se lo estaba imaginando.

El sueño venció a la pobre niña, mientras intentaba descifrar el misterioso hilo de la vieja Aurora, y mientras ella dormía, este se deslizó por la ventana, reptando como una pequeña culebra en busca del manto del que se había desprendido.

Aurora ya no tejía, estaba de pie sacudiendo su obra inacabada, una vez, dos veces, tres. A la tercera sacudida el manto desapareció de sus manos y una noche cuajada de estrellas cubrió el cielo.

El pequeño hilo llegó a los pies de la anciana, pero ya era tarde, el manto no estaba en sus manos, Aurora lo recogió y lo añadió a su madeja pensando que esta noche sería más corta, porque faltaba un hilo en su manto del cielo.

Lo que estaba buscando

Lo que estaba buscando

El acero retumbó una vez más y la fuerza del impacto hizo que ambos contrincantes retrocedieran un par de pasos. Miró a su oponente nuevamente, su respiración sosegada era una burla silenciosa. Este enfrentamiento no era nada para él, apenas estaba agotado. Una fina capa de sudor cubría su frente, la única muestra de que se encontraba enfrascado en una lucha. La ira se acumuló dentro de su pecho que al contrario que el de su rival, subía y bajaba con rapidez. Las piernas le temblaban, intentó respirar hondo y un pinchazo en el costado le reveló que sus costillas habían sufrido con el impacto. Se sorprendió rezando para que ese indeseable no le hubiera roto ningún hueso. De momento mantenía el dolor a raya pero no sabía cuanto más podría aguantar.

– ¡Harías bien en rendirte!- exclamó. La burla era más que evidente y vino acompañada de un coro de risas que no hicieron más que acrecentar su ira.

– No me iré hasta que no obtenga lo que he venido a buscar.

– ¡Así sea!

Arremetió con fuerza pero algo frio se clavó en su vientre. Su rival sonreía.

– ¿Tienes lo que querías niña?

– ¡Sí! Se derrumbó con una sonrisa en los labios y él se desplomó tras ella, con una daga clavada en el pecho