Se lo imaginaba en agonía, exhalando su último aliento y maldiciendo su nombre. Oía sus gritos en su cabeza, sus súplicas, vio sus ojos inyectados en sangre, terror e ira.
Solo era un pensamiento, una simple idea…¡pero cuánto placer le daba esa idea!¡Cuánto poder! Imaginárselo agonizando entre llamas, o ahogándose con una soga al cuello, luchando por respirar porque el destino no había sido lo suficientemente clemente con él como para que se le partiese el cuello al caer…un escalofrío placentero le recorrió la espalda. Ese sería un justo castigo para él, después de todo, ¿no?
-¿Tus últimas palabras bruja?
Permaneció en silencio. Miró a su alrededor y ahí le vio. Sonreía como el sádico que era.
El verdugo lanzó la antorcha al haz de leña. Las llamas comenzaron a crepitar y la alcanzaron. Un grito agónico rompió la quietud de la plaza, pero no era la bruja la que gritaba. El hombre se retorcía de dolor, gritaba y aullaba. La muchedumbre asustada se apartó de él. Y ella, envuelta en llamas, pudo oír sus últimos gritos de súplica.