Arde

Arde

Se lo imaginaba en agonía, exhalando su último aliento y maldiciendo su nombre. Oía sus gritos en su cabeza, sus súplicas, vio sus ojos inyectados en sangre, terror e ira.

Solo era un pensamiento, una simple idea…¡pero cuánto placer le daba esa idea!¡Cuánto poder! Imaginárselo agonizando entre llamas, o ahogándose con una soga al cuello, luchando por respirar porque el destino no había sido lo suficientemente clemente con él como para que se le partiese el cuello al caer…un escalofrío placentero le recorrió la espalda. Ese sería un justo castigo para él, después de todo, ¿no?

-¿Tus últimas palabras bruja?

Permaneció en silencio. Miró a su alrededor y ahí le vio. Sonreía como el sádico que era.

El verdugo lanzó la antorcha al haz de leña. Las llamas comenzaron a crepitar y la alcanzaron. Un grito agónico rompió la quietud de la plaza, pero no era la bruja la que gritaba. El hombre se retorcía de dolor, gritaba y aullaba. La muchedumbre asustada se apartó de él. Y ella, envuelta en llamas, pudo oír sus últimos gritos de súplica.

La lista

La lista

-Creía que iba a ser más difícil. ¡No! Esa no es la palabra-frunció el ceño.- Doloroso. Pensé que sería doloroso.

Sonreí. Todo el mundo tiene miedo al dolor. Da igual lo valiente que uno se crea, cuando se expone a sufrir, el miedo florece. Por eso las torturas funcionan, nadie aguanta un dolor que puede evitar.

– Mucha gente cree que va a doler, y después se sorprende-susurré- pero, ¿no está siendo difícil?

Negó con la cabeza vehementemente. Eso me sorprendió, me miró y sonrió.

-¿Te sorprendes?¿Soy la primera que responde así?

-¡No!- mi respuesta fue firme, pero en el fondo dudaba.-Pero creo que sí que eres la primera persona que se alegra de verme, o al menos la primera que no me pide que la lleve de vuelta.

-¿Ah si?- Ahora la sorprendida era ella.-No veo por qué me iba a interesar volver, jamás me he sentido tan libre como ahora.

-¿Y la gente que dejas?

-Están mejor sin mi.

No pude disimular la sorpresa, lo que hizo que su sonrisa se ensanchara aun más. He visto muchas cosas a lo largo de mi existencias, pero los humanos…¡oh!¡Los Humanos! Jamás los entenderé.

-¿Sabes? Morir es fácil, lo complicado de verdad es la vida.

-Lo sé- respondió.

Taché su nombre de mi lista y la invité a seguirme, cosa que hizo con mucho gusto.

Cada vez que te veo

Cada vez que te veo

– ¿Alguna vez has sentido que el corazón se te paraba?

– ¿Preguntas si alguna vez me he muerto?

– ¡No! Me refiero a ese instante que transcurre entre latidos. Ese pequeño momento, que se hace eterno, cuando ves algo que te llega dentro, muy hondo y parece que tu corazón no sabe cómo seguir funcionando. Ese segundo en que todo tu mundo se tambalea y el tiempo discurre lento y rápido al mismo tiempo.- suspiré- Dicen que cuando ves a esa persona el corazón se acelera, late con fuerza, intensa y dolorosamente pero yo creo que cuando es auténtico y sin lugar a dudas, cuando llega de verdad, el corazón se detiene. Apenas un segundo o tal vez menos. Y ese momento entre latidos, esa milésima de segundo, ese instante en que tu corazón no sabe si latir de nuevo o detenerse para siempre, lo cambia todo.

– ¿Todo?

– ¡Absolutamente todo! Tu vida no vuelve a ser la misma después del instante. Tras él tu corazón ya no late solo por ti, ya no bombea solo porque tiene que hacerlo, ya no es solo un músculo que forma parte de tu ser, ahora es algo más grande.  Y es que es entre un latido y el siguiente cuando tu corazón decide si quiere amar de verdad.

– ¿Tu has sentido todo eso?

– ¡Claro!- sonreí- Cada vez que te veo.

Te echaré de menos

Te echaré de menos

-Te echo de menos. -susurró.

Quise moverme al oírlo, pero no pude.

Fueron esas las cinco palabras las que se nunca llegaron a escapar de mis labios y ahora se caían de los tuyos. Una frase, una sentencia, un hecho. ¿Habría sido diferente de haberme pronunciado? ¿Habrías tomado mi mano? No, porque jamás habría admitido la verdad. Nunca te habría tenido el valor de decirlo y ahora que tú hablas, no puedo moverme.

– Te echo de menos. – repites, suplicas, ¿lloras? ¿estás llorando? Tomas mi mano que cede sin voluntad, sigo sin moverme, sin decir palabra- ¿Me oyes? – preguntas- ¡Vuelve, por favor!

– No sé si sirve de algo,- una voz interrumpe tus suplicas, es pausada y grave, pero no sé de dónde viene, es más no sé dónde estás tú, de nuevo intento moverme pero nada sucede- hace ya mucho tiempo que esperamos pero cada vez es más difícil que se despierte.

– Lo sé- despacio sueltas mi mano y yo noto como la calidez me abandona, – sé que ya es hora doctor. Te echaré de menos- susurras nuevamente.

 Y yo a ti, pequeña, aunque es algo que nunca podré pronunciar.

El manto de la vieja Aurora

El manto de la vieja Aurora

Todas las mañanas la vieja Aurora se sentaba a tejer en la puerta de su casa. Nadie sabía cuándo había empezado a tejer, nadie sospechaba cuando iba a terminar, la verdad es que nadie sabía nada sobre la vieja Aurora, salvo que tejía y tejía un manto oscuro con pequeños lunares dorados y plateados.

Los niños correteaban a su alrededor intentando distraerla, incluso se habían inventado un juego que consistía en tirar de algún hilo de gran manto de Aurora sin que la anciana se percatase. La pequeña Alba lo consiguió en una larga tarde de junio en la que logró llevarse nada más y nada menos, que un hilo de casi medio metro mientras los otros niños la observan asustados. La vieja Aurora se dio cuenta, pero siguió tejiendo como si nada.

Alba se llevó su trofeo a casa, como si de una medalla se tratase. Lo colocó en su mesita junto a su muñeca y su reloj y se dedicó a contemplarlo durante horas. Parecía un hilo normal y corriente pero cuando lo tocaba se escurría entre sus dedos como si fuese líquido y a la vez viscoso y, a pesar de ser negro como la noche, la pequeña juraría que lo había visto emitir alguna chispa brillante, pero era tan fugaz, tan efímero, que pensaba que se lo estaba imaginando.

El sueño venció a la pobre niña, mientras intentaba descifrar el misterioso hilo de la vieja Aurora, y mientras ella dormía, este se deslizó por la ventana, reptando como una pequeña culebra en busca del manto del que se había desprendido.

Aurora ya no tejía, estaba de pie sacudiendo su obra inacabada, una vez, dos veces, tres. A la tercera sacudida el manto desapareció de sus manos y una noche cuajada de estrellas cubrió el cielo.

El pequeño hilo llegó a los pies de la anciana, pero ya era tarde, el manto no estaba en sus manos, Aurora lo recogió y lo añadió a su madeja pensando que esta noche sería más corta, porque faltaba un hilo en su manto del cielo.

Lo que estaba buscando

Lo que estaba buscando

El acero retumbó una vez más y la fuerza del impacto hizo que ambos contrincantes retrocedieran un par de pasos. Miró a su oponente nuevamente, su respiración sosegada era una burla silenciosa. Este enfrentamiento no era nada para él, apenas estaba agotado. Una fina capa de sudor cubría su frente, la única muestra de que se encontraba enfrascado en una lucha. La ira se acumuló dentro de su pecho que al contrario que el de su rival, subía y bajaba con rapidez. Las piernas le temblaban, intentó respirar hondo y un pinchazo en el costado le reveló que sus costillas habían sufrido con el impacto. Se sorprendió rezando para que ese indeseable no le hubiera roto ningún hueso. De momento mantenía el dolor a raya pero no sabía cuanto más podría aguantar.

– ¡Harías bien en rendirte!- exclamó. La burla era más que evidente y vino acompañada de un coro de risas que no hicieron más que acrecentar su ira.

– No me iré hasta que no obtenga lo que he venido a buscar.

– ¡Así sea!

Arremetió con fuerza pero algo frio se clavó en su vientre. Su rival sonreía.

– ¿Tienes lo que querías niña?

– ¡Sí! Se derrumbó con una sonrisa en los labios y él se desplomó tras ella, con una daga clavada en el pecho